Cuando Arnold
Dane descubrió que su amada esposa Suzanne le había puesto los cuernos, decidió
que el mejor momento para abordar la cuestión era mientras pilotaba la avioneta
familiar en la que, además, viajaba su hija de tres años, Lorna. Bueno, error: Lorna
era la niña que él había amado como suya pero que, en realidad, era fruto de la
relación adúltera de Suzanne y un tal Magneto. Arnold, que ya se puede deducir
que muy avispado no era si pasó por cornudo y padre de una niña de pelo verde
durante años, pensó que allá en las alturas la traidora de su mujer no podría
escapar de la furia de un hombre engañado. Y vive Dios que no escapó. Claro que
él tampoco salió vivo de esa. Se conoce que la discusión entre el matrimonio
fue escalando en intensidad hasta que, para intensita la nena, Lorna les pidió
que se callaran del modo más efectivo que supo: generando un pulso
electromagnético que apagó la avioneta. Cayeron y callaron. Para siempre.
Magneto acudió a la llamada de la sangre y, viendo el percal y acogiéndose a la
prudencia por una vez, pidió a Mente Maestra que le reescribiera los recuerdos
a la niña y la colocó en casa de la hermana de la suelta de Suzanne.
Pasaron los años
y Lorna creció sana y feliza, ignorando que tenía poderes mutantes y un
historial parricida. Al llegar a mocita se medio echó un novio, al que llamaban
el Hombre de Hielo no por ser sentimentalmente incapaz sino porque era mutante.
Fue el primero de una lista de errores en la elección de parejas, pues el tal
Hielo terminó saliendo del armario años después. El caso es que, con esas,
Lorna acabó ahí zascandileando con mutantes, hasta que un buen día llegó
Magneto y le dijo “soy tu padre” y la metió en una máquina para despertar sus
poderes mutantes latentes. ¿Pero qué sentido tenía eso si Magneto fue el que la
había escondido tiempo atrás entre la white trash? Pues ninguno, porque es que
resultó que Magneto no era Magneto, porque Magneto estaba muerto o, mejor
dicho, se hacía el muerto para el mundo en plan bromi, y quien Lorna creía su padre
era en realidad un robot. Mira si no es triste el tema. ¿Qué cómo una persona
adulta puede confundir un androide con un padre? Bueno, ahí tuvo que ver que un
tal Mésmero le manipulara la mente a la pobre Lorna para volverla malvada, que
fue cuando en lugar de Lorna empezó a hacerse llamar Polaris, que es más nombre
de villana mutante.
Cuando se
resolvió todo este entuerto y Lorna volvió a ser buena, se echó un novio que
resultó ser otro error porque era un Summers (el hermano de Cíclope, nada
menos) y juntos se marcharon a hacer excavaciones en plan geólogos o alguna
mierda así. El tema es que, sin comerlo ni beberlo, Lorna acabó siendo poseída
por una entidad maligna llamada Malicia, con tanta mala pata que lo que se
preveía una posesión de quita y pon terminó siendo permanente. A todo esto, Mr. Siniestro sabía lo que iba a
pasar, pero calló como un puta porque necesitaba una líder molona para que los
Merodeadores ejecutaran la Masacre Mutante o una movida así gorda del estilo.
Reposeída para el
mal de nuevo, Polaris no tuvo tiempo, sin embargo, de demostrar lo cabrona que
era porque, mira tú, apareció una hermana suya llamada Zaladane desde lo más
profundo la Tierra Salvaje y la secuestró, muerta de envidia, para robarle los
poderes mutantes. En el proceso, a Lorna le quitaron sus poderes, le arrancaron
a Malicia y la convirtieron en una gigantona con superfuerza e
invulnerabilidad. Que Dios (o, para el caso, el Alto Evolucionador) cierra una
puerta pero abre una ventana. Y si no puedes manipular el magnetismo, puedes
ser Hulka. O actuar como portal para el advenimiento del Rey Sombra, que eso es
algo en lo que Lorna también tuvo que ver, otra vez sin querer, debido a la
energía chunga de la que Polaris sacaba sus nuevos poderes.
Esto es solo un
extracto de la azarosa vida de Lorna Dane, aka Polaris. Hay otros grandes
momentos, como cuando Alex Summers la planta en el altar porque en realidad
está enamorado de otra, o como cuando Lorna acaba siendo uno de los Cuatro
Jinetes de Apocalipsis y, por supuesto, es LA PESTE.
¿Por qué suelto
este rollo en una entrada sobre ‘Ant-Man’, que ni siquiera es mutante? Pues
para que veáis lo enloquecido de las tramas de cómics de superhéroes. Con qué
alegría se mezclan conceptos absurdos y se encabalgan historias inversemblantes.
Y también, por qué no decirlo, porque es mucho más interesante hablar de una
loser integral como Polaris que de ‘Ant-Man’.
‘Ant-Man’ es esa
película que consigue que la frase “tu madre se volvió subatómica” suene
ridícula, como sacada de una película de Dunia Ayaso y Félix Sabroso y
descontextualizada en plan mal. Eso, insisto, en un universo, qué digo universo…
¡multiverso!, en el que existen personajes como Lorna Dane es una cagada en toda
regla. Entendedme, en una peli con vocación de blockbuster veraniego no se
puede pedir mucho, pero “¡Son las partículas [estas chungas de mi padre], que
le afectan al cerebro!” no sería la forma de justificar al inclasificable malo
de la peli. Y con esto ya van dos spoilers en un párrafo, así que seguiremos
adelante para bingo.
La sensación
general que me transmite la película es que se han esforzado poco y la han
producido en serie, porque tocaba llenar el calendario de estrenos Marvel y dar
algún bocado que llevarse a la boca al fandom antes de ‘Civil War’. Lo cual es
lícito, pero creo que puede hacerse con más dignidad.
Las comparaciones
son odiosas, pero a ‘Ant-Man’ le toca ocupar el hueco que dejó el año pasado ‘Los
Guardianes de la Galaxia’: estreno estival y con personajes secundarios del
universo Marvel. El camino ya estaba marcado, pero en lugar de hacer una
película autoconsciente y con algún valor añadido externo a la película (estoy
pensando en el “Awesome mix” de la banda sonora) en ‘Ant-Man’ se han inclinado
por una película de trámite donde ni siquiera el protagonista resulta
carismático. Que no es que Chris Pratt sea Chris Pratt (que lo es, vaya si lo
es), pero en su primera escena walkman en ristre ya queda claro cómo es su
personaje. Yo aún intento intuir si el personaje de Paul Rudd en ‘Ant-Man’ es
un adorable caradura o un imbécil integral. En cualquier caso, gracioso no
resulta y los pocos momentos memorables de la película no cuentan con él.
Y chimpón. Que
poco más tengo ganas de añadir. Que después de Lorna me han entrado ganas de hablar
de su concuñada Madelyne y ahí sí que ya me pierdo…